Aunque ya os avanzaba en este post el regalo especial que nos llegaría en Navidad, finalmente ocurrió lo inesperado y se nos adelantó nada menos que dos meses.
Lo que al principio era un riesgo moderado de preeclampsia, se manifestó en todo su esplendor llegando al tercer trimestre de embarazo. La hinchazón «normal» del embarazo se empezó a hacer más incómoda y la tensión, que toda mi vida había tenido más bien baja, empezó a subir considerablemente en apenas unos días. Finalmente, tras detectar además proteinuria, me di un viajecito al hospital y sorpresa… «Laura, te vas a quedar unos días».
Dos días más tarde, todo se empezó a hacer todavía más cuesta arriba y nos dieron la noticia: «aguantaremos aquí cinco semanas más, y le daremos la bienvenida a tu bebé. » «¿Cinco semanas aquí?» Muy bien. Mentalizada. Si eso es lo mejor, más vale que me tengan controlada. Después de todo, una preeclampsia grave no es moco de pavo, y en cualquier momento las cosas podrían torcerse de repente aún más, poniendo en riesgo la vida de bebé y mía.
Pero no fue una simple espera en el hospital… sentía que sólo iba a peor. Medicación constante, sensación de irrealidad, aturdimiento, insomnio, no poder caminar, no poder ir al baño, dificultad para respirar… Sentía que cada día algo se complicaba más. Depender de los demás para absolutamente todo, no poder disfrutar ni del paseíto en silla de ruedas en el exterior del hospital… «Creo que para vivir así, preferiría estar muerta.» La cabeza también se me estaba yendo. No era yo.
Literalmente me sentía un despojo humano.
No fueron cinco semanas, sino doce días después de llegar, cuando físicamente y mentalmente me sentí al límite, y mi bebé dijo «Hasta aquí, mamá, quiero a salir ya». De manera inesperada, rompí aguas y nos fuimos corriendo a quirófano para una cesárea de urgencia en la semana 30+5días.
Y aunque en teoría después de dar a luz todo debía mejorar, siguió siendo muy duro, sobretodo porque los primeros días bebé y yo estábamos separados. Nada fue como lo había imaginado.



Sin embargo, durante aquellas semanas, porque la estancia en la UCI y vida en el hospital se alargó después de dar a luz, me dio tiempo a valorar la sanidad pública de este país. De haber vivido en otro sitio donde la sanidad es de pago, habríamos estado endeudados de por vida. A pesar del sufrimiento y la terrible sensación de soledad que experimenté, me sentí privilegiada de poder acceder a cada una de las pruebas, medicación, analíticas, que fueron muchas y prácticamente a diario.
Y no solamente a nivel de recursos, sino las personas que me atendieron, personal médico, de enfermería, sanitarios, limpieza (sí, también de limpieza). En una etapa donde hay tanto sufrimiento, las personas con las que te encuentras marcan la diferencia, y por cada una de ellas me sentiré siempre agradecida.
No es lo normal. Sufrir preeclampsia no es lo más habitual, y si se manifiesta, las situaciones de gravedad son todavía menos frecuentes. Pero si tienes riesgo de sufrirla, cuídate, controla tu tensión arterial y presta atención a los cambios. Detectarla pronto es lo más importante.
Y así nos ha cambiado la vida, si eres madre o padre, lo sabes.